La Ciudad y la Feria
Es curioso como Jerez ha sobresalido siempre por su tesón de estar en primera línea en todas sus empresas y que, precisamente por ello, la ciudad ha figurado por delante de la mayoría de las de España a la hora de situarse en vanguardia en cuanto a la industria, el comercio, la cultura, el deporte, etc.
Concretamente en este último aspecto, Jerez ha sido sin duda adelantada a su propio tiempo y así, ya se jugaba al fútbol aquí en 1895, diez años antes al tenis y veinte años antes de concluir el pasado siglo, el Marqués de Torresoto establecía el “Veloz Club” dedicado al Ciclismo. Curioso es resaltar también que el Real Automóvil Club de España fue fundado precisamente en Jerez, el año 1910 y aquí tuvo su sede alrededor de diez años, hasta su definitivo traslado a Madrid; como igualmente es preciso mencionar que llegamos a poseer -¡insólito, pero cierto!- un Club de Regatas, fundado en 1868 que disputaba reñidas competiciones con las de El Puerto de Santa Maria, Cádiz, Huelva o Sevilla.
Sin embargo, ha destacado siempre de forma poderosa la afición de los jerezanos al deporte hípico y precisamente por ello, ya en los principios del siglo anterior se disputaban Carreras de Caballos, bien organizadas, mucho antes de que se hiciera en ningún otro lugar de España. El denominado “Jockey Club” de Jerez fue fundado en el año 1868 y poseía un hipódromo de dimensiones oficiales en los llanos de Caulina, con toda clase de servicios, tribunas, cuadras y cuanto demandaba tal actividad.
Sería sin duda la predilección de los jerezanos por el caballo, la vinculación del noble animal a la propia historia de la ciudad, la que propiciaría la puesta en marcha de la denominada Semana del Caballo en Jerez, y como continuación de ésta el nacimiento de la actual Feria del Caballo.
Pero habrá que retroceder en el tiempo, y tomando como referencia aquella frase de Armando Palacios Valdés, que afirmaba de Jerez “que era una gran fábrica de optimismos”, recordar la feria de hace años; la de Abril.
Era la de entonces una feria muy distinta, a la que la gente iba -según testimonios de la época- precisamente a la hora en que, en la actualidad, suele retirarse a descansar, es decir, al amanecer. Porque gustaba de acudir a la Feria de Ganados, donde entre animales de diversas especies alternaban puestecillos donde se vendía aguardiente o coñac, para recorrerla de un extremo a otro, viendo aquí las ovejas, allí los cerdos; por un lado los caballos, en otro el ganado vacuno. Y en general, ese mundo multicolor y pintoresco de los tratos, que concitaban en torno a quienes lo efectuaban un círculo de curiosos que disfrutaba con el “tira y afloja” de quien deseaba comprar y del que -cualquier argumento valía- quería colocar la mercancía.
Pocas casetas y menos medios que se empleaban para su construcción, porque entonces no existían los actuales módulos del Ayuntamiento y cada cual se las ingeniaba con lonas, tablas y lo que viniera a mano para crear ese recinto efímero en el que vivir las jornadas feriales. La luz, un lujo, porque predominaba el carburo. Y de la Ciudad al Parque, la obligada travesía del Paseo de Capuchinos o del Callejón del Cementerio, con parada obligada -para la primera copa- en el kiosco de madera que estaba en la rotonda, a la mitad del referido Paseo. Era otra feria, en la que una menor afluencia hacía posible una mayor unión, más intimidad, el espontáneo baile por rumbas o bulerías, porque la sevillana aún no había cobrado el auge actual. La tapa en lugar del guiso, que eran pocas las casetas con riqueza gastronómica, salvo las comerciales; cacharritos de tracción manual o “de empujar”, como se les llamaba; y la copa presta siempre para la alegría del jerezano.
Toda la evolución de Jerez plasmada en el recuerdo, cuando los caballos competían en el Hipódromo de San Benito, que daría paso a Chapín más tarde, o el popular “Ochele” ponía la nota peculiar de su gracia y su arte con el baile del Cepillo. Y el correr de los años traería la figura inconfundible y exótica de aquel escocés -Pepe para los amigos- que se las bebía...
Y la Venta San José, en terrenos de la Feria de Ganados, a cuyo lado jugaba el Xerez F.C., que más tarde sería la de Maribal. O la también conocida de La Pañoleta, junto a la que se instalarían, entre otros, Los Lagartos. Y aquel cochero señorial –“El Cachorro”- especializado en transportar a todos los artistas bohemios de su época, que lo tomaban por punta cuando la feria llegaba. O los carros de tiro, con una bota de fino y otra de oloroso, que se instalaban en el recinto del ganado, donde vendían su mercancía a pocas perras el “vasuco”. Y las raciones en sobrecitos... Todo un caudal de evocaciones que se confunden con la algarabía del recinto, y prenden en la noche la renovada ilusión ferial de los más viejos.